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Conversaciones con el miedo


Me considero una persona positiva, siempre intento ver el lado bueno de las cosas a pesar de que sean negativas. Vivo una vida rodeada de arcoíris, palmeras, paraísos, unicornios y brillibrilli. No obstante, no se puede tener una vida libre de incertidumbres, sufrimiento, equivocaciones y miedos. Y eso me hace cavilar y etiquetarme como una persona realista también.


Para muchos, esa segunda reflexión negativa les llega con la edad, como creo es mi caso. Antes era más aventurera, no le tenía miedo a casi nada… Pero ahora tengo muchos miedos, en especial a la muerte. Temas tabús de hoy en día: el miedo y la muerte. Me gusta tanto mi vida que no quiero ponerla en peligro, cómo si eso dependiera única y exclusivamente de uno...


Las emociones controlan nuestras vidas, y es así de simple: estamos felices y nos comemos el mundo, estamos tristes y pensamos que somos la persona más desgraciada de la faz de la tierra. Al final, tenemos que bajarnos esos humos o “pull ourselves together”, porque “it 's ok not to be ok sometimes” o está bien no estar bien a veces.


Tenemos que ser selectivos con la importancia que le damos a muchos acontecimientos, si nos importaran menos las cosas en general, entonces solo nos importaría lo inmediato, lo verdadero, como argumenta Mark Manson en el libro “El sutil arte de que (casi) todo te importe una mierda”.


No podemos escapar de lo negativo, y si así hacemos, resultará contraproducente. Evitar o aplastar el miedo solo nos creará más. Como decía el gran George Orwell “ver lo que tienes delante de tus narices requiere un esfuerzo constante” y eso es agotador. Pasamos media vida preocupándonos por ser plenamente felices y eso es una falacia. El pobre tiene problemas de pobre y quiere ser rico, y el rico tiene problemas de rico y a veces sueña con ser menos rico. Todos tenemos problemas, y compararlos con los de los demás no sirve para nada. Hay que preocuparse y ocuparse de los de uno mismo, ya que estos no son mejores ni peores, sino diferentes.


De mis 17 a mis 21 cogí más de 30 aviones, las azafatas venían a regañarme porque me pintaba las uñas en el avión, me relajaba, me apasionaba volar. Después, cada vez que me sentaba en el asiento de ese inmenso transporte aéreo pensaba que iba a morir. Recuerdo perfectamente un vuelo a Menorca con mis amigos, un trayecto cuya duración no es más de 30 minutos, pero se me hicieron eternos. Todavía me visualizo intentando concentrarme leyendo un artículo en una revista sobre perros que tenían vidas cotidianas humanas: perros relajados en el sofá viendo tele, otros con peinados locos…Me acuerdo perfectamente de las imágenes, y de la tormenta que había ese día. También recuerdo a mi amiga Úrsula intentándome explicar que no iba a pasar nada, que me calmara. A Jorge (a quién yo consideraba más miedica e hipocondríaco que yo) prestándome sus audífonos para que escuchara música y me relajara. Y bueno, obviamente no he dejado de viajar. ¿Que si me pongo nerviosa cada vez que me toca volar? Pues un poco, no te voy a engañar. Pero no estoy dispuesta a renunciar a mis sueños por miedo.


Sufrir esa ansiedad o ese miedo me permite desarrollar más valentía.

Otro de los sueños que se me resisten: el surf. Como escribí en un post anterior, es una relación amor-odio. Empecé este deporte hace 4 años pero tuve que dejarlo por miedos. Hace un año lo retomé, me envalentoné y me creó una sensación de libertad, desarrollo personal y crecimiento que todo eso valía más que el susodicho miedo. La gota que colmó el vaso o “the last straw” fue hace como dos meses, cuando me golpeó la quilla (la aleta) de la tabla en la cabeza y tuve que ir al doctor para que me pusiera, nada más y nada menos que 9 puntos.

Infinitas conversaciones internas conmigo misma y con mis miedos para preparar el día que volvería al agua. Afortunadamente, pasé la primera prueba. Disfruté más de lo que esperaba y me puse feliz. Y así de efímera es la felicidad, me duró hasta el próximo asalto. Este pasado fin de semana intenté entrar al agua otra vez. Fracasé, me puse nerviosa, me agobié y tomé la decisión de rendirme y abandonar. Me permití no ser valiente, pero me lo permití un día. El domingo, volví a intentarlo otra vez. Estuve más tranquila en el agua, pero no podía agarrar ninguna ola, y la desmotivación te engulle como una boa a un ratón. Mi compañera de aventuras me dijo “al miedo hay que plantarle cara, decirle que se siente a tu lado, que le haces un huequito en la tabla, y que surfee contigo la próxima ola.” Me dieron ganas de llorar. Y eso también está bien, también hay que permitírselo. La sensación es inefable, saber que estás segura y que ese miedo no es real sino creado por tu mente; no se puede explicar con palabras. En ese momento te puedes sentir débil, pero ese es el momento que te va a enseñar coraje. Cómo dije antes, no todo son arcoíris y brillibrillis. Así que aunque claramente fue otro fracaso, me quedé con la sensación de victoria porque fue mejor que el día anterior. Y así es la vida, ese tiovivo de emociones que dirigen nuestro camino. Y tú decides la importancia que le das a unas o a otras. Personalmente, me quedé con el sabor de que lo que eres se define por lo que estás dispuesto a luchar, así que estoy lista para el próximo round.


Le damos una ingente importancia al dolor físico. Si te duele un pie, no puedes andar bien. Si te lastimas la mano derecha y eres diestro, no vas a poder escribir. Si te lastimas la espalda, estás jodido o “you are fucked”, ni dormir bien vas a poder. El dolor físico limita tus acciones diarias. ¿Y el psicológico, el sentimental? Nuestro dolor psicológico nos indica que algo no está bien, por lo tanto no hay que ignorarlo, hay que afrontarlo. Si ese límite ha sido sobrepasado hay que plantarle cara. No podemos tener una vida libre de dolor, pero sí podemos decidir llevarla de manera resiliente, emocionalmente hablando.


"El miedo no evita la muerte, evita la vida."


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