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Mi reina del castillo


Yaya: Guerra, mar, plantas, flores, vermuth, parchís, pescao, pimpollo

Aunque nunca pediste nacer en medio de una guerra civil, eso ya te determinó como una guerrera nata desde el momento que cobraste vida. No supiste en qué día exacto llegaste a este mundo, ya que tu madre no pudo dejar constancia de eso, pero en casa siempre dijimos que “en el mes de las flores”, así que celebrábamos tu cumpleaños entre Abril y Mayo… Es verdad que algunos años nos despistábamos y a finales de Abril cuando llegaba el cumple del yayo decíamos «uy, ¡el cumple de la yaya!”», sin darnos cuenta de que; sin querer, se nos había olvidado soplar las velas. Pero, tú nunca te quejaste, nunca le diste tanta importancia.


Tú solo querías que llegaran esos meses para ver tus tallos florecer y ponerle todo tipo de motes a tus plantitas: las cebollitas, las ‘de las abejas, las ‘que salen solas’, las ‘mira pimpollo esta yo no la planté así que seguro la trajo un pajarito’, las estas tienen más colores eh, espérate tú pá’ que veas.... Así, tan murciana. Porque qué manía tenemos hoy en día de llamarle a todo por su nombre, a ti no te hacía falta, ya les ponías tú el nombre a tus plantitas… 


Yayita, María de los Ángeles, aunque todo el mundo te conociera como Angelines. Tus nietos miran atrás y los primeros recuerdos contigo son en bañador y siempre con los pies descalzos, disfrutando de la arena de la playa y la orilla del mar; porque otra cosa no, pero amante de la mar fuiste toda la vida. En los días y en las noches.

Disfrutando del sol en diferentes playas y de vacaciones (como en Roses) o gozando de la luz de la luna en Castelldefels, alrededor de una mesa blanca de plástico y sus respectivas sillas, mientras esperábamos que la caña de pescar del yayo se moviera, anunciando así la llegada de un pobre pescaito.

Recuerdo que no me gustaba mucho ir porque me aburría, y ahora eso es un tesoro del pasado que voy a guardar para siempre en mi corazón. 

Amantes del mar y los peces… y parece que eso lo heredé de vosotros, ¿quién me iba a decir eso a mí cuando abría la nevera de vuestra casa y me encontraba un pobre pez ahí en un plato? Y casi me daba un infarto, sin valorar que después iba a ser nuestro manjar.


Siempre fuiste un poco cascarrabias y así te queríamos igual. Pero la maldita enfermedad del yayo llegó para suavizarte el corazón. Tal vez ver cómo tu marido iba olvidando sus recuerdos por culpa del Alzheimer, eso te hizo valorar más vivir los tuyos.


Y de repente, pasaste de no expresar tus sentimientos, a querer gritarlos a los cuatro vientos. Haciéndonos sentir a todos que vivías esperando el momento en qué fuéramos a visitarte, porque a ti,

esa partida del parchís, esa merienda, esas regadas de plantas, coger los limones del limonero, un buen vermuth, una cervecita sin alcohol, una buena tajada de melón, una visita al Corte Inglés, ver partidas de tenis eternas, o comentar lo guapos que eran los turcos en las novelas, las películas del oeste..., esas cosas insignificantes que para ti significaban tanto. Te cambiaban el día. Y así nos lo hacías saber. 










Te quedaste viuda y reclamaste más atención. Y ahí tenías a tu hija, que nunca faltó con sus llamadas múltiples diarias y dando todo lo que podía por tu bienestar. Tu yerno, actuando como un hijo incondicional. Tu nieto y su mujer, siempre ahí para ti y hasta te reformaron la casa completa para que tuvieras una mejor cabaña, como tú decías. Y Mau y yo, que tratamos de continuar expresando este amor incondicional a distancia, con las llamadas de los domingos y las visitas anuales.

Lo único que querías era que nos juntáramos y poder ir a ver "la mar".


Tan valiente tú siempre yayita, diciéndome que estabas cogiendo fuerzas y esperando que llegara el mes cuando Mau y yo íbamos de visita. Siempre lista para esa partida de parchís o para cocinar la mejor paella del mundo.

Desafortunadamente, a medida que pasaban los años, se desvanecieron esos momentos.

Solo nos quedaron las visitas a los hospitales y a la residencia, y aún así, siempre nos recibías con una sonrisa y con el diagnóstico de que te estabas poniendo fuerte para salir de ahí. Aunque ya todos sabíamos que no iba a ser así. Porque la muerte es lo único que no tiene solución y que es inevitable, forma parte de la vida.

Y yo sé que viviste la tuya con el corazón contento. A pesar de haber vivido una guerra civil y otras internas, has tenido una familia que se ha desvivido por vuestro bienestar, el del yayito y el tuyo. 


Y eso es con lo que nos quedamos: nos quedamos con vuestras ganas de vivir la vida. Con el positivismo del yayo y con tu fortaleza, abuela. Pero ahora, ya estabas lista para reunirte con él.




Y así lo decidiste pimpollo, el día de vuestro aniversario de bodas, 28 de diciembre. Siempre recordaremos que el yayo decía que como os casasteis en el día de los inocentes, pues os habíais casado de broma.


Qué cosas tiene la vida, hasta tu muerte nos saca una risa. Tu vida y tu muerte. Y la del yayo. Porque solo se muere aquello que se deja de recordar. Y vosotros, siempre vais a estar vivos en nuestros corazones. 

Reúnete con el yayo y celebrad vuestro aniversario de boda allá arriba. Celebrad la maravillosa vida que habéis vivido, tranquilos, en vuestra cabaña. Y recordad el amor que vuestra familia os ha dado siempre. Joan, Esther, Joanet, Anna, Mau e Iris os vamos a recordar y a amar siempre. Ya estáis juntos.


Para nosotros siempre vais a ser eternos. Te amamos yayica.




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