Los gatos de mi vida
- irisserram
- 10 oct 2022
- 13 Min. de lectura
Mamífero felino de largos bigotes y uñas retráctiles. Belleza impertérrita que, para algunos ha sido su inspiración en obras de arte, para otros la culpa de su mala suerte y si nos vamos al antiguo Egipto, fue la salvaguardia del humano. Para mí, el gato ha sido la respuesta a muchos enigmas de la vida.
A lo largo de mi vida siempre he tenido la dicha de estar acompañada por gatos. Todo empezó cuando tenía 9 años. Recuerdo perfectamente aquel día, salí de catequesis y mi mamá me preguntó: «Ratita, ¿a tí te gustaría tener un gatito?», y mis ojos brillaron, sin darme cuenta del oxímoron que había creado mi mamá.

Daisy, mi primer amor. Me la quedaba mirando preguntándome cómo la naturaleza podía hacer algo tan perfecto: manchas naranjas, negras y blancas abrazaban su cuerpo. Ella era regia, dueña de todos los rincones de la casa, hasta los más recónditos. Ella llegó para enseñarnos a quererla sin recibir amor, porque así era ella, más seca que la suela del zapato. De uvas a peras nos regalaba momentos de dulzura, eran escasos pero sabíamos que eran de verdad. Tengo la voz de mami en la cabeza “Iriiiiiiis, déjala, tienes que observarla y no molestarla tanto. Ella cree que es la dueña de la casa y nosotros somos los invasores.” Y así fue cómo Daisy me enseñó que

uno no puede hacer siempre lo que le venga en gana, ella no quería ser abrazada todo el tiempo, aunque para mí, darle amor era algo adictivo y necesario en todo momento. Y así sigo siendo. También fue la primera oyente de mis problemas de adolescente. La recuerdo sentadita en la cama y yo explicándole todos mis problemas… Era reconfortante saber que no te podía interrumpir y además me miraba con esos ojitos que parecían estar entendiéndolo todo. Nunca me pude despedir de ella porque, a pesar de los esfuerzos de mi madre por no contármelo, se fue al cielo gatuno cuando yo estaba viviendo en Londres. Nunca más tuve la oportunidad de volver a buscar en los rincones recónditos de mi casa a ver si aparecía por allí…
Apenas llevaba un año viviendo en Costa Rica cuando de repente, llegó una gatita callejera a mi casa. Ella solita me escogió. Llegó con el pelo sin brillo, un ojo que parecía estar medio ciega, pero con muchas ganas de recibir amor. La llamamos Bichi. Volvíamos de trabajar y

ahí estaba en el balcón esperándonos, y después desaparecía por días. Se ganó nuestro cariño tan rápidamente que, aunque yo no era su dueña oficial, tampoco sabía quién era y me hizo sentir triste, por lo que llamé a la veterinaria: la desparasitamos y le pusimos las vacunas que creíamos que necesitaría, a pesar de que ya era una gata adulta. Ella llegaba cuando a ella le placía, y estaba bien, porque así son los gatos. Su misión era recordarme lo lleno que se siente el corazón cuando ayudas y cuidas a una animal y me volvió a despertar ese sentimiento.

Bichi dejó de visitarnos tanto y así, con la coherencia de un capítulo tras otro en un libro, un amigo de Mau le dijo que su gatita había parido dos bebés y que si queríamos adoptar uno. Nos miramos y sin pensarlo dos veces nos dirigimos a visitarlos. ¿Hay algo más amoroso y abrazable que un gatito bebé? Todos los animales son bellos en su máxima esencia cuando son tan chiquititos, pero yo tengo una inefable devoción por estos felinos.
A mí me gustaba el rayadito y a Mau la negrita.

Y bueno, dónde comen dos comen tres. Y así fue cómo decidimos no separar a los hermanitos y convertirnos en los papás de los dos.
Negra y Trasto nos dieron unas noches terribles de papás primerizos, no paraban de jugar; todo eran aventuras, maullidos, alborotos nocturnos para después pasarse la mitad del día durmiendo. Pero igual disfrutamos cada momento. Les construimos hamaquitas, les comprábamos la mejor comida, el arenero siempre estaba limpio… vaya, que no fueran a pensar qué no éramos buenos papás. Ellos eran libres, les encantaba visitar a los vecinos, trepar los árboles, entrar y salir de la casa sin permiso; eso sí, todas las noches dormían adentro. Estaban bien educados y eran bien portados.

Y de repente les llegaron primitos. Gretel, la vecina de abajo, había adoptado nada más y nada menos que 3 gatitos bebés: Lyn, Panda y Manchitas.

Y así, se nos llenó la casa de pelos y felicidad. Ellos subían y bajaban a su merced, al igual que los míos.
Aprendieron a compartir con otros y a llevarse bien. Sin embargo, a Trasto le encantaba quedarse en medio de la calle observándolo todo, como Rey que era: esa fue su desgracia y uno de los peores días de mi vida.
Una noche estrellada de verano, volví a casa y ahí en medio de la calle vi la sombra de un gatito echadito. Me extrañé al instante porque como dije antes, ellos siempre estaban en casa de noche. A medida que me iba acercando, me di cuenta que el 'visvisvis' que tanto les llama la atención, no estaba funcionando. No tardé en sentir que algo malo estaba pasando y se me heló la sangre, mi amiga Summer tuvo que acercarse a ver qué pasaba y descubrió que allí estaba Trastito, rodeado de un charco de sangre, al parecer lo habían atropellado.
No pude acercarme, de hecho no podía casi ni respirar, rompí a llorar y me senté en el suelo, lejos de su cuerpo ya frío porque no soportaba la idea de que no fuera a estar más. Agarré fuerzas para coger el teléfono y llamar a Mau porque él tenía que venir a enterrarlo, yo no iba a poder hacer eso, y menos sola. Entre las vecinas y mi amiga lograron apartarlo de mitad de la calle y al segundo llegó Mau. Empezó a cavar un hoyo detrás del jardín y solo pude tocarle la fría colita para despedirme de él porque no fui capaz de mirarle esa carita tan bella, esos bigotitos y ese hocico siempre listo para desprender amor.

Era un gatote, divertido, pintado de rayas perfectas, era el rey de la calle y de la baranda, siempre listo para recibir caricias y enredarte su cola en las piernas como muestra de amor.


Y la misión de Trasto fue enseñarme a no responsabilizarme ni culparme de las cosas que no podía controlar. Me enseñó a hablar de la muerte, ya que hasta ese momento, había sido siempre un tema tabú en mi vida. Me enseñó a sonreír al recordar los buenos momentos y que se puede llorar de tristeza pero también de alegría por el recuerdo.
Negra se quedó tres días conmigo en la cama, no quería comer, estaba triste, había

perdido a su compañero de juego y de vida. Y eso todavía me ponía más triste. La misma mamá de Negra volvió a quedarse embarazada y en cuánto nos enteramos, busqué en Google “duración del embarazo de un gato” y… ¡sólo eran 65 días! Sin dudarlo, decidimos que Negra tenía que tener un hermanito otra vez. La espera se hizo eterna.
La buena suerte fue que vivían en la casa de al frente entonces veíamos la pancita de la mamá y nos daba esperanza para aguantar la espera.

Pude ver el parto, 4 lindos bebés. ¿Y ahora, cuál íbamos a escoger? Busqué por internet recomendaciones y ahí me topé con más información. Era sugerible adoptar a dos bebés para que no molestaran tanto al gato adulto que ya estaba en la casa, y también descubrí que el color del pelaje de los gatos influía en su comportamiento, así que tuvimos tiempo para pensarlo. Los bebés tienen que estar un tiempo mínimo con la mamá para que se amamanten. Como teníamos la suerte de que éramos vecinos, yo siempre molestaba a Marielita: «¿Puedo ir a tomar té y así veo a los gatitooooooos, porfii?» Y así, nos decidimos por otro tricolor y uno blanco y negro.

En los primeros días, la tricolor ya mostraba su personalidad similar a Daisy.. .así que pensamos en llamarla Shy -por tímida– pero luego le cambiamos el nombre a Chili.
Y al blanquito y negro lo bautizamos como Panda. Antes de poder llevarlos a casa pasó algo increíble.
Un día, estábamos sentados en el sofá de nuestro balcón y vimos a la mamá, Michi, con uno de sus bebés cogido por el pescuezo y saltando la verja de su casa para venir a la nuestra, nos dejó al bebé gatito debajo de la silla, para nuestra sorpresa, era Chili. Seguidamente, la mamá regresó a su casa a por otro bebé y repitió la hazaña. Nos dejó a Panda debajo de la silla, junto con Chili. Nosotros estábamos congelados, no nos podíamos creer lo que estaba pasando. ¿Sería que la mamá había sentido alguna amenaza en su casa, ya que convivían con dos perros más, y había decidido traernos a los gatos? Esperamos a que trajera a los otros dos, pero nunca lo hizo. Su instinto maternal nos dijo: os los entrego, ya os los podéis quedar. ¡Trajo a los dos que habíamos escogido previamente! Fue algo mágico e increíble. Decidimos devolverlos porque aún no se habían destetado, pero al poco tiempo ya se quedaron en casa y la mamá a veces decidía venir a visitarlos. Era algo tan tierno.

Sin embargo, no fue tan alegre para Negra, no parecía hacerle mucha ilusión eso de tener a dos locos bebés merodeando por la casa, molestándola para jugar. Y así fue como su personalidad cambió.

Nunca más la he vuelto a ver acicalándose con otro de sus hermanos o simplemente jugando.

Ella es así ahora: regia, divina, la matriarca, dónde ella pasa los demás se apartan. Se ganó el respeto y el temor de sus hermanos y a día de hoy solo juega con ellos si está debajo de una sábana. Su corazón no se reconstruyó nunca más. Sin embargo, se apegó más a mí, no hay día que duerma sin estar apoyada en una de mis piernas, es huraña pero cuando te ganas su corazón, es un amor con los humanos, nunca más con los gatos.

La vecina de abajo se mudó y dejamos de ser 6 en la comunidad, aunque a veces recibíamos la visita de Peluchín y Nala (los otros dos hermanos de la camada de Chili y Panda).

Con la llegada de otros vecinos llegó otro gato de la noche a la mañana, un rescate callejero que parecía tener patitas de pollo así que lo bautizamos McPollo. A veces decidía quedarse a dormir en casa, y a nosotros, amantes de los felinos, nos parecía bien tener al primo de pijamada. Al dueño le pareció aún mejor porque sin pudor, se desprendió de él, lo dejó abandonado dentro de la casa de abajo cuando tuvo que dejar el apartamento. Y así sin comerlo ni beberlo, pasamos a ser 4.

No queríamos tener 4 gatos pero tampoco podíamos abandonarlo. Como era de la misma edad de Chili y Panda, los castramos al mismo tiempo y pasaron de ser primos a ser hermanos en un santiamén.

Todo el día jugando para arriba y para abajo, mientras Negra los miraba desafiante sin querer unirse al plan.

Después de un año, otra noche de verano triste, McPollito no llegó a dormir. Nos pareció muy extraño ya que, todos eran muy caseros y ni siquiera habían pasado una noche de sus vidas durmiendo a la intemperie, tenían un reloj biológico que a muy tardar, llegaban a casa a las 9 antes de que se cerraran las puertas. Obviamente no pude dormir bien, y a eso de las 5 de la mañana con la primera luz del día decidí salir a dar vueltas por el barrio a ver si lo encontraba.

Y así durante 3 días consecutivos. Nunca apareció. De Trasto nos pudimos despedir y enterrarlo, pero de McPollito no. La misión de él fue enseñarme que lo que viene solo, solo se va… Y hay que aceptarlo. Volvimos a ser 3.
Después de un mes, una bonita y soleada mañana, abrí la puerta de mi casa y escuché un “miau” un poco afónico y extraño. Agaché la cabeza y vi a un gatito bebé blanco y con rayas grises, igualito que McPollo, pero en lugar de tener el hocico blanco lo tenía más negrito.

Le puse comida y parecía que no había comido en años, cuándo él no tenía ni siquiera unos meses de vida. Engulló la comida de un tarro, con las patitas en los otros dos cerciorándose que no se los quitara nadie.
Difundí un mensaje a ver si alguien del pueblo había perdido a su bebé gatito, y me fui al trabajo. Después de las 8h de jornada laboral, me fui al gimnasio y cuando volví ya habían pasado más de 10 horas fuera de casa, y ahí seguía el gatito, me volvió a recibir con ese miau tan extraño. Pues así fue como nos escogió, decidimos llamarlo BigMac en honor a McPollito. Podría haber aparecido otro gato de cualquier otro color, personalidad o apariencia. Pero no, apareció este, como una reencarnación del que habíamos perdido. Y volvimos a ser 4.

Ahí, sentenciamos que a nuestra trayectoria como papás ya teníamos que ponerle fin.

Que no podíamos adoptar a más gatos. Después de unos meses empezó a llegar otra gatita lindísima, blanca y gris pero a rodales, un gris más clarito; y una dulzura increíble. La bautizamos Manchitas, pero decidimos que íbamos a cuidarla solo hasta que le encontráramos una familia, ya que nosotros habíamos declarado una sentencia, y así fue.
Ellos son inteligentes, saben dónde tienen que ir, y allí dónde hay amor se quedan. Sin embargo, no nos daba la vida ya para tener más gatos.
Llegó la pandemia y tuve la oportunidad de poder disfrutar de los míos aún más. Entendí el consejo de mi madre de hacía años, aprendí a deleitarme observándolos sin interrumpirlos.

Y en medio de la pandemia, nos cambiamos de casa. Todo el mundo me advirtió que los gatos escogen y se aferran a la casa donde son felices, ya que ellos son los dueños, y que tenía que tener cuidado con la mudanza o se me iban a escapar. Los tuve encerrados en la nueva casa menos tiempo del que sugería el internet, porque ellos estaban acostumbrados a ser libres, a oler las flores, trepar los árboles y regresar cuando estaban listos. Así que poco a poco, empezaron a salir y a explorar el nuevo espacio, regresando siempre antes de las 9, como de costumbre. A día de hoy, todavía ninguno ha dormido una noche afuera. Así que puedo desmentir el mito, donde hay amor es donde está el hogar.
Tanto es mi amor por estos animales que se lo contagié a mi nueva vecina y amiga María, así que ella también decidió adoptar a Lupita.

Tenía un blanco perla y un gris ceniza en perfecta combinación, unas orejitas enormes en proporción a su cuerpo pequeñito y una vez más, pude disfrutar de la ternura de estos animales de bebés. Ella era especial, independiente, cazadora, juguetona e iba completamente a su rollo. Le encantaba dormir afuera y vivir aventuras nocturnas. Trasnochaba y regresaba como si no hubiera pasado nada, visitaba a los vecinos y se organizaba sus rutas secretas.

Pero, desafortunadamente, era frágil, tenía un problema digestivo y a veces se ponía mustia por unos días, a lo que achacamos una mala digestión por haberse comido vete tu a saber qué: un pájaro, un garrobo, un ratón…, porque así era ella, salvaje. Siempre se recuperaba, hasta que un día se cansó. Acompañé en el sentimiento a mi amiga, porque yo también sabía lo que era enterrar a tu gatito, y ahí está ella, debajo de un limoncito viendo las aventuras de sus primos desde nuestro jardín.

Es inexplicable el vacío que dejan estos animalitos y entendí perfectamente cuándo mi amiga me explicó que quería adoptar otro. Se justificó explicando que no era una sustitución ni un reemplazo, aunque no hizo falta porque yo ya lo entendía, había hecho exactamente lo mismo no una, sino dos veces.
No se pueden reemplazar ya que cada gato es un mundo. Cada uno es especial de mil maneras diferentes, cada uno te aporta emociones variopintas y así se les quiere a todos. Ellos llegan a nuestras vidas con una misión, y cada uno nos enseña algo totalmente diferente.

Y entonces adoptaron a Bambú, también familia de Lupita, así que la herencia de los colores del pelaje le quedó. La diferencia entre un macho y una hembra es bastante notoria. Ya tenía experiencia para poder afirmar empíricamente que las hembras son más independientes, más divinas, más limpias, más suyas, más quietas, como estatuas talladas a la perfección. Los machos son más dependientes, más juguetones, más cariñosos, pierden algún que otro bigote y alguna que otra ceja en sus aventuras y llegan a casa más sucios.

Bambulichis rápidamente se hizo el compañero eterno de aventuras de Big Mac y de Panda, y siempre pasan en esa peleadera juguetona que me roba una sonrisa. Se acicalan juntos, dan volteretas, son traviesos y se adueñan de las camas y los sofás ni bien rápido te has dado la vuelta. No hay nada más lindo que verlos a todos correteando y jugando por el jardín. Y así pasamos a ser 5 otra vez.

Igual que Big Mac fue una reencarnación de McPollo y a veces parece que nunca se fue, Bambú es una reencarnación de Lupita y parece que no haya cambiado nada. Sin embargo, son personalidades, cuerpos y almas diferentes que han llegado con otra misión.
Y no pienses que las visitas ajenas terminaron con el cambio de casa. A veces llegaba a visitarnos Mimo, el gato de mi vecina Laly, un gato enorme y bonito: un minitigre bello pero no cariñoso que sin razón dejó de visitarnos.
Otra veces pasaba corriendo como un guepardo al que bautizamos “Billy el rápido”, y creemos que es de otro vecino. Un gato de cabeza enorme y cuerpo fino que parece falsamente adosado a la cabeza. Deforme pero inteligente, tenemos la sospecha de que alguna vez ha conseguido entrar a casa a comer y por eso de vez en cuando nos visita, aunque es más rápido que el viento, tan pronto como lo avistamos, desaparece por completo cual estrella fugaz.

También durante muchos meses nos visitó Cola Chata, así lo bautizamos porque tenía la cola quebrada y deforme. Llegó prudente, se acercaba muy poquito, y poco a poco se dejó acariciar. Él tenía su tarrito especial y le poníamos comida en la puerta de casa ya que no queríamos permitirle entrar. Él lo intentó varias veces pero entendió que no era bien recibido adentro, y así de respetuoso llegaba todas las mañanas, sin excepción, a las 6 de la mañana, puntual como un reloj. A veces no nos dábamos cuenta de que estaba en la puerta pero él se encargaba de maullar para que le viéramos. Comía y desaparecía. Cuando llegaba un poco rasguñado, a veces nos permitía hasta curarle un poquito, pero sus límites eran tan estrictos como los nuestros. Vimos que poco a poco nos empezó a querer, había días que llegaba y no quería comer, solo un poco de amor.

Entonces, tuvimos la fantástica idea de tratar de capturarlo con una jaula-trampa y así poder llevarlo al veterinario y castrarlo, con la ayuda de una protectora de animales local. Lo dejamos pasar a la casa, cerramos las puertas y tratamos, sin éxito, de que se metiera en la caja. Él presintió que algo extraño estaba pasando y empezó a maullar, ese maullido gatuno incómodo, estaba muy nervioso de arriba para abajo así que decidimos dejarlo salir y no influir en su vida. Lo entendió, ya que no dejó de visitarnos. Hasta que un día ya no volvió más. Estaba viejito así que dedujimos que se había muerto. Gracias a las pérdidas anteriores de Trasto, McPollo y Lupita; no esperamos ni tuvimos fe en que volviera.
Y así, igual que unos han llegado y se han ido, estoy segura de que más van a aumentar la lista de ‘los gatos de mi vida’. Aunque miro a Negra, Panda, Chili y BigMac sabiendo que un día no estarán, y solo de pensarlo ya me duele; me ayuda a entender que así es la vida.
Igual que las personas: unas vienen y otras van… En el camino, va a llegar gente a tu vida la cual vas a creer muy importante por un período de tiempo pero después van a desaparecer cual bomba de humo, o simplemente va a morir. En cualquier ámbito, ya sea de amistad, laboral o familiar. Nunca se está preparado para eso pero de todo se puede aprender.
Todo en la vida son aprendizajes. Estoy eternamente agradecida por haber intentado descifrar la misión que cada gato me ha regalado y las lecciones aprendidas de cada circunstancia. Y cómo dijo Julio Cortázar: hay que
«querer a las personas como se quiere a un gato, con su carácter y su independencia, sin intentar domarlo, sin intentar cambiarlo, dejarlo que se acerque cuando quiera, siendo feliz con su felicidad.»

Gracias por recordarme cuánto disfruté crecer rodeado de gatos. Mis padres criaron siameses por años, que coincidieron con mi niñez y adolescencia.
Mis gatos tuvieron nombres hermosos como los tuyos, esos que arrancan sonrisas, y fueron Patotín, Kimba, Bobinho, Bomba, Mortadela y la Cebolla, una gatita frágil y estrábica que me despidió cuando dejé Argentina. Bobinho vino a Costa Rica conmigo, y murió como un campeón en la Península de Osa; un gato citadino que se hizo salvaje y fue feliz por eso, por su viaje y su evolución que, como en mi caso, fue posible a puro desaprendizaje.
Amé conocer tu familia felina, tu descripción es una pincelada tras otra de amor y observación, y claramente lo segundo lleva…
Súper bonito,me ha encantado y se me han derramado más de dos lágrimas con el texto,sobre todo al recuerdo de Lupita, que yo no la conocí pero sentí mucho su perdida.gracias por la mención. Y que esos gatitos que ya se fueron estén en paz, y tanto los que tenéis como los que van de visita que os hagan súper feliz.💕
Qué lindos mininos! La verdad es que son bellísimos y cuando les apetece y vienen a dar un mimito yo me derrito. Gracias por recordar a mi Lupita ...
Miauuuuuuks😘😘